Última Carta

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El silencio doloroso de San José
El silencio doloroso de San José


El primer momento importante de la vida de San José en el que encontramos este silencio admirable es cuando sorprende a su esposa esperando un hijo, son saber él nada. Rumiando la cosa en el silencio, San José va encontrando la solución al problema y, si no la encuentra, está en disposición inmejorable para escuchar a Dios, al ángel del Señor que es el único que puede solucionar nuestros problemas. San José calla, guarda un profundo y absoluto silencio: en calma, en paz, en serenidad silenciosa y profunda busca en su interior cómo resolver el asunto que improvisamente se le ha presentado.. Para nada piensa en hablar. Ama entrañablemente su esposa que le pone en una situación embarazosa por el embarazo inesperado. “Este hombre justo que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido ama a la Virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor sponsal, ea llamado de nuevo por Dios a este amor” (RC 19). Pues bien, el silencio constituye la mejor comunicación cuando el corazón rebosa de amor. Cuando el amor se sincero el silencio profundo une; las palabras tantas veces estropean la comunicación en profundidad entre dos seres que se aman entrañablemente. Algunos se preguntan por qué San José no habló de lo que veía en María que le habría explicado el misterio. Pues no le habló precisamente porque era justo y santo y no quería hacerla sufrir ni en lo más mínimo, “no quiso que a la Virgen se le molestara ni en las cosas más mínimas”. El silencio de San José es la expresión de su grandeza de alma y profundidad de corazón y de esperanza ciertísima en Dios que habla precisamente en la soledad y el silencio. En el amor el silencio vale más que un largo discurso. San José sabe que en la esperanza y el silencio esta la fortaleza del hombre (Is 30,15). ¿Cuándo tuvo lugar esto? ¿Cuándo descubrió José que su esposa estaba encinta? No lo sabemos exactamente, pero podemos pintar la escena. José está viviendo en su casa de Nazaret, dedicado a su tarea de carpintero. María está viviendo en casa de sus padres. Han tenido lugar los esponsales (qiddushim). Cuando se trata de una virgen desposada el tiempo entre los esponsales y la llevada a casa del esposo duraba como un año (Misna, t.kett, C 5,2). En este tiempo la esposa seguía viviendo en cada de sus padres. Los desposados se ven, se tratan, quizás a diario. Cuando un día José advierte que su esposa, a la que iba a llevar a su casa (nissu´im), está embarazada.. No sabe ni sospecha que lo realizado en su esposa es obra del Espíritu Santo. Este descubrimiento le mete en momentos de perplejidad ¿qué hacer? A José no le pasó por pensamiento delatarla como adúltera, que hubiera sido lo inmediato en otro que no fuera José. No pierde la calma, reflexiona consigo mismo, es justo. No lo comenta con nadie, permanece en silencio, en un silencio doloroso, causado por el silencio de Dios, silencio de Dios que encontró su momento supremo en la muerte en silencio y soledad de Cristo Jesús El tiempo que duró esta noche oscura, esta prueba, que no sabemos por cuanto tiempo se extendió –a lo mejor no duró más de un día- lo pasó en silencio. San José supo afrontar en el silencio más absoluto el tormento y la tormenta de no explicarse lo que pasaba, de ignorar de lo que veía con sus propios ojos. Y seguro que no dudaba de la fidelidad de su esposa, María, pues la conocía y sabía que era integra, justa, santa; su duda es sobre la actitud que debe adoptar ante el misterio que tiene delante, “no sabía cómo comportarse ante la `sorprendente´ maternidad de María.. Ciertamente buscaba una respuesta a la inquietante pregunta, pero sobre todo buscaba una solución a aquella situación para él tan difícil” (RC 3). José por ser justo, honrado, misericordioso y santo no ha encontrado actitud mejor que la del silencio doloroso. Porque el silencio es la expresión más noble del más profundo dolor de un hombre justo que sufre desde su santidad, cuando se presenta una desgracia, una desventura o una tragedia. Cuando se pierde un ser querido el dolor se acoge a un silencio profundo y serio. Dos enamorados ante una situación comprometida guardan silencio y se limitan a mirarse en los ojos o permanecer abrazados. Así quiero figurarme a José y María cuando se encontraron por primera vez después del embarazo de ella. José no expresó nada por no disgustarla o molestarla y únicamente comenzó a pensar en sus adentros a ver qué es lo que convenía hacer ante un hecho tan sorprendente e inesperado. Para San Juan de la Cruz el silencio doloroso, oscuro, absoluto y prolongado de la cárcel de Toledo se tradujo en una poesía inspirada y bellísima. Para José, prisionero de no saber qué hacer ante el misterio que tiene delante, el silencio doloroso se convierte en palabra de Dios, en revelación y luz, el silencio profundo de la noche del alma se transforma en día, en revelación luminosa del querer de Dios. Cuando está pensando en el silencio de la noche de su alma en abandonar en secreto a María, su esposa, el ángel del Señor lo ilumina con estas palabras: José, hijo de David, no temas tomar a María, tu esposa, contigo en tu casa, porque lo que se ha concebido en ella es obra del Espíritu Santo (Mt 1,20).
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El Papa Francisco nos habla de San José
El Papa Francisco nos habla de San José


En esta catequesis deseo hablar de san José como educador de Jesús. Efectivamente, nos dice la Escritura que José acompaña el crecimiento de Jesús «en sabiduría, estatura y gracia». Estas tres dimensiones guiarán nuestra reflexión. En primer lugar, José y María se preocupan de que a Jesús no le falte lo necesario para un sano desarrollo físico y psicológico. Lo defienden en los duros días de la huida a Egipto, amenazados por Herodes. Le enseñan también un trabajo, siendo después conocido como el hijo del carpintero. En segundo lugar, José y María se preocupan de su crecimiento en sabiduría, el santo temor de Dios, enseñándole a escuchar las Sagradas Escrituras, llevándolo a la Sinagoga los sábados. Así, a los 12 años, lo encontramos en el templo discutiendo con los doctores. Finalmente, el crecimiento en gracia, que siendo obra de Dios, tiene en José y María unos grandes colaboradores, pues ellos fueron para Jesús ejemplo de docilidad a su voluntad, a la acción del Espíritu Santo y de una vida de oración y unión con Dios. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Ecuador, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a pedir al Señor, por intercesión de san José, por los padres, los educadores y los sacerdotes, para que, a ejemplo del Santo Patriarca, puedan acompañar el crecimiento de sus hijos y discípulos en sabiduría, estatura y gracia.
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LA MUERTE DE SAN JOSÉ
LA MUERTE DE SAN JOSÉ


El Evangelio no dice cuando ni cómo murió San José. Es opinión común que murió antes de comenzar Jesús la vida pública. Quienes la narran ampliamente y con detalles son los evangelios apócrifos. Juan Gersón en su Josephina la describe con estas palabras: Llegó el día en que con la muerte te proporcionaron la vida eterna, oh justo José…Está Cristo con su piadosa madre, a quienes habías servido lealmente. Con rostro plácido, pero con lágrimas por dentro, consuelan la que parte. Es justo y basta creerlo que Jesús lloró a su padre muriente y la Virgen bendita a su esposo. Se reclina sobre el amado lecho del fiel custodio y abrazándole le besa con labios puros y exclama: esposo mío, te me vas y me dejas y abandonas viuda que habré de sufrir crueles sufrimientos? Pero hagase la voluntad de Dios, querido, adios. Nada temas, pues el Señor te colocará en un sitial de paz. Enseguida José descansó con una muerte preciosa” (Dist. 12). Al morir EN BRZOS DE Jesús y María, San José desde el siglo XVII sistemáticamente es propuesto como Patrono de la buena muerte.
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San José transmisor de las profecías viejo testamentarias .
San José transmisor de las profecías viejo testamentarias .
P. Román LLamas

El Mesías Salvador, prometido y anunciado en el antiguo Testamento, sería hijo de Abraham, hijo de David. En él se cumplirían las promesas y profecías que Dios juró solemnemente a David de darle un reino eterno. Pues bien, San José es el punto de enlace y de inserción de estas profecías y promesas de Dios, el último e inmediato eslabón de una larga cadena que acaba en Cristo. Es todo el sentido y contenido de la genealogía de Jesús del evangelio de Mateo. Jesús entronca con todos los personajes del antiguo Testamento, a los que Dios ha ido manteniendo ininterrumpidamente las promesas de un futuro Mesías Salvador, por José, que José, por esposo de María, de la cual nació Cristo, es el padre de Jesús. Que no es el padre natural de Jesús lo dice claramente San Mateo: después de repetir de una manera monótona treinta y nueve: engendró (Mt 1,2-16a); la cadena se rompe bruscamente en el v. 16b; no se dice que José engendró a Jesús, se desplaza la atención hacia María: Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo. San José en los planes de Dios desempeña un papel de una importancia esencial; sin él no hubiese existido el descendiente de David, realizador de la promesas hechas al Rey. Como dice un exégeta: San José debía darle un nombre, que es una competencia específica del padre. Su paternidad legal no es menos importante para la historia de la salvación que la maternidad de María (Santi Grasso).
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ALGO DE LA TEOLOGÍA DE SAN JOSÉ
ALGO DE LA TEOLOGÍA DE SAN JOSÉ
P. Román Llamas

En este apartado voy a recoger brevemente lo que podíamos llamar la ficha de la doctrina evangélico-teológica de san José. En la sagrada Escritura, concretamente en el Evangelio, que es el alma y la fuente de la auténtica y verdadera teología, no son muchas las palabras sobre san José, pero sí más que suficientes para trazar una ficha teológica del santo Patriarca, en la que se recojan su papel en la historia de la salvación y sus virtudes y grandezas. Concretamente, desde esas palabras evangélicas, la Iglesia ‒papas, liturgia, santos, teólogos, predicadores y el sentido de la fe de los fieles‒ ha ido trazando las líneas teológicas y espirituales del san José que hoy venera y ensalza la misma Iglesia. San José es el esposo virginal de María. Se desposó con ella por voluntad de Dios; es un matrimonio preparado por el Espíritu Santo, en el que interviene el mismo Espíritu de una manera especialísima. Y por su matrimonio con María es el padre de Jesús –tu padre y yo te buscábamos‒ (Lc 2,48), a quien transmite la ascendencia y descendencia davídica con las promesas del reino mesiánico, eterno. Y como esposo de María y padre de Jesús juega un papel de capital importancia en la historia de la salvación. Sin él no hubiera existido el descendiente de David, el Mesías. José, con su consentimiento, con su fiat silencioso, tomando a María en su casa ante la llamada del ángel, da el hágase a esa transmisión, porque en los planes de Dios el Mesías tenía que nacer de una virgen, pero de una virgen desposada con un hombre llamado José (Lc 1, 27; 2, 5). Y como padre impone al niño el nombre de Jesús el día de la circuncisión, como le había indicado el ángel, ejerciendo el dominio sobre el hijo y, de alguna manera, marcando su personalidad. Un acto de dominio y sabiduría sobre el mismo Jesús, porque el nombre equivale y responde a la persona (Lc 2, 21; Mt 1, 20-21.25). El Evangelio nos revela que José es el varón justo, es decir, cabal, perfecto en todas las virtudes, misericordioso, bueno, santo . Y como tal obra en todo momento, especialmente en el momento transcendental de la Encarnación del Verbo, totalmente entregado a la voluntad del Padre del cielo con una fe ciega y un abandono total a él; acoge con total disponibilidad y sin reservas el designio de Dios sobre él. Jesús le está sujeto y obedece; convive por años con Jesús y María (Lc 2, 51) y los ayuda en momentos de prueba y persecución, como en la huida a Egipto (Mt 2, 13ss). Las palabras evangélicas son pocas, pero tan graves y densas de contenidos laudatorios de san José que basta el discurso de la razón para sacar de ellas, sin forzarlas, la grandeza singular y única del glorioso Patriarca. Al igual que de la maternidad de María sacan los teólogos todas sus grandezas y virtudes, así de la condición de esposo de María y padre de Jesús, se deducen toda su grandeza y singulares virtudes. Así lo hacen los santos, los teólogos y los predicadores. Los designios de salvación de Dios pasan por las manos de José, predestinado por el Señor para ser esposo de María, porque la salvación tenía que venir por una Virgen desposada con un hombre llamado José (Lc 1, 27).
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La leyenda del peregrino José en Rabanal del Camino
La leyenda del peregrino José en Rabanal del Camino
Luis Javier Fernández Frontela

Rabanal del Camino, uno de los pueblos más representativos de la Maragatería, está situado en la falda del Foncebadón o del Monte Irago. Es un pueblo ligado al Camino de Santiago, como consta por el testimonio de Aymeric de Picaud quien afirma que hacia 1120 el obispo Gelmírez de Compostela mandó arreglar el camino entre Raphanellus, Rabanal, y Ponte Minee, el actual Portomarín. Y el Liber Sancti Jacobi hace de Rabanal final de la octava jornada del Camino de peregrinación a Compostela. Fue Rabanal una de los grandes municipios arrieros, principal actividad de esta comarca de la Maragatería. Más del cincuenta por cien de su población se dedicaba a esta actividad en el siglo XVII. En el año 1709 un documento define a Rabanal del Camino como lugar con más de 40 vecinos y entre ellos muchos arrieros y trajineros, donde personas ricas y acomodadas acuden a tratar y contratar muchas personas. En la calle Real de Rabanal, una larga calle según la norma típica de estos pueblos del Camino, se levanta la ermita de San José, considerada uno de los mejores ejemplos del barroco maragato, fundada por el rico arriero José Calvo Cabrera en el año 1733. Y aquí en esta capilla fue enterrado nuestro arriero, muerto el 7 de mayo de 1739 a los 58 años, su esposa, Antonia Rodríguez Nieto, fallecida a los 60 años él 17 de abril de 1739, y su hija Inés Calvo, fallecida el 22 de abril de 1733 a los 30 años. Otros dos hijos del arriero de Rabanal fueron sacerdotes ejerciendo uno como capellán de la capilla de la familia Calvo y el otro como párroco de la parroquia de Rabanal. Su patrimonio en la fecha de su fallecimiento ascendía a 635.770 reales que deja una parte a favor de su hijo menor y la otra a la capellanía de San José. Cuenta la tradición que a comienzos del siglo XVIII un 19 de marzo desembarca en el puerto de La Coruña un indiano, venido de América, a quien, en la posada donde se hospedaba, llamaban Don José. En la posada indagó quien podría llevarle hasta Rabanal cuatro arcas donde guardaba su fortuna y equipaje. El pretendía visitar Santiago de Compostela, y desde aquí, a la inversa, hacer el camino de Santiago hasta Puente la Reina. En la posada le recomendaron un arriero del mismo Rabanal, José Calvo, que se hospedaba allí y que se distinguía por la honradez, seriedad, buen hacer y por “la seguridad del servicios de los arrieros maragatos”. A él le confía su fortuna y equipaje, sólo le puso una condición que, si él no llegaba, esperase treinta años y luego abriese las arcas e hiciese una fundación piadosa a la que debía poner su nombre, José. Y así lo hizo el arriero José Calvo quien, al no llegar el misterioso indiano, esperó treinta años para abrir las arcas, y con el tesoro que en ellas se encontró mandó construir la capilla de San José, en donde todos los días festivos del año se decía una misa de alba, y una misa cantada y dos rezada el día del Patrón, y dentro de la octava una vigilia con misa cantada y dos rezada, lo mismo que en la octava de difuntos. La leyenda sigue especulando, y si unos dicen que el misterioso indiano no era otro que San José, otros afirman que el indiano peregrino fue asaltado y asesinado por unos ladrones mientras pasaba el Monte Irago en camino hacia Puente la Reina. La Capilla de San José esta presidida por un retablo barroco de dos cuerpos. En las hornacinas laterales del primero cuerpo nos encontramos con Santa Bárbara a la izquierda y Santa Lucia a la derecha. La hornacina central, con bóveda de concha y coronada con el Espíritu Santo, contiene la imagen de San José con el niño Jesús de pie sobre su mano derecha. En el segundo cuerpo nos encontramos con una hornacina que contiene la imagen de Santiago con lanza y la bandera con la cruz de Santiago. Por encima se encuentra un relieve del Padre eterno y una gran venera. Al margen del altar principal nos encontramos con otros altares. El de San Antonio, el del Santo Cristo, que albergó un crucifijo de marfil de origen filipino de finales del siglo XVIII, y el de la Soledad Rezar ante la imagen de San José fue indulgenciado en distintas ocasiones. En 1739 por el arzobispo de Santiago Manuel Isidoro de Orozco Marrique de Lara que concede 80 días de indulgencia a quien rezase un Padrenuestro y Ave María delante de la imagen de San José. El 10 de julio de 1745 por Don Pedro de Cáceres, obispos de Astorga, concede 40 días de indulgencia por “rogar por la exaltación de nuestra Santa Fe católica.
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de San José
Aunque le parezca extraño, aquí tiene una especie de
“complejo” dedicado a San José.
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